El legado de Don Justo Sierra
Quien diga que el régimen de Porfirio Díaz no hizo nada por mejorar la educación del pueblo; sigue creyendo las mentiras que le han contado de la historia, pues, si el argumento anterior fuera verdad, ¿cómo podrìa explicarse que uno de los educadores del siglo XIX haya tenido relevancia precisamente en su gabinete? Bueno, pues es tiempo de contarles un poco de Justo Sierra Méndez.
Nació el 26 de enero de 1848 en San Francisco Campeche hijo de Justo Sierra O’Reilly, importante historiador, y nieto (por parte de madre) de Santiago Méndez Ibarra, un político mexicano importante del siglo XIX. De este modo, Justo Sierra conjugaba lo mejor de dos mundos, el cultural y el político; y supo llevarlos a la práctica a lo largo de su vida. Durante sus estudios, don Justo vivió en Mérida, en Veracruz y en la Ciudad de México, conoció a hombres interesados en promover, difundir y crear cultura; y él se unió al escribir cuentos y ensayos; pero lo que más le interesaba, particularmente, era la educación del pueblo…
Se recibió de la carrera de derecho en 1871, durante la revolución de La Noria, y a partir de entonces comenzó a ocupar varias diputaciones. Tanto así, que llegó a ser Presidente de la Suprema Corte de Justicia. Un honor inmenso para aquellos tiempos.
Como era de suponerse, llamó la atención de Porfirio y éste se dio cuenta que le podía ser útil en la labor educativa. Así que lo fue colocando en este y otro puesto, hasta que finalmente logró don Justo ser Secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes de México en 1905.
Intentaré resumir un poco de lo que hizo en materia educativa:
- Impulsó la autonomía de los Jardines de Niños, el progreso del magisterio y a nivel superior.
- Reorganizó las carreras de Medicina, Jurisprudencia, Ingeniería, Bellas artes y Música.
- Promovió el otorgamiento de desayunos escolares y un sistema de becas para los alumnos más destacados.
- Dio su apoyo a la primera escuela de normalistas en Veracruz.
- Difundió la cultura, historia y arqueología de México.
Quizás su obra más importante fue la de pugnar por la reapertura de la Universidad Nacional, y así se hizo durante las Fiestas del Centenario de la Independencia (más tarde, se convertiría en la UNAM.)
Sin duda, Justo Sierra ha sido de los maestros y promotores de la educación más importantes que ha tenido el continente; y quizás fue el único miembro del gabinete de Porfirio Díaz que no aduló mi figura presidencial.
Con el triunfo de la Revolución Mexicana, Justo Sierra renunció al cargo de Secretario, y decidió exiliarse en Madrid, donde Francisco I. Madero lo nombró Ministro Plenipotenciario de México en España; pero don Justo murió poco después, en 1912.
Sus restos fueron traídos a México, homenajeados y enterrados en el Panteón Francés. En el centenario de su nacimiento, la UNAM lo declaró Maestro de América, y sus restos fueron trasladados a la Rotonda de las Personas Ilustres
Por decreto presidencial, el 26 de mayo de 1999 se inscribió su nombre con letras de oro en el Palacio Legislativo de San Lázaro.
Sin duda, es un hombre cuya obra ha perdurado más allá de la muerte.