María Antonieta Rivas Mercado
María Antonieta Rivas Mercado no era, de modo alguno, una niña tonta; al contrario, era hija de Antonio Rivas Mercado, célebre arquitecto durante el Porfiriato, artífice de la Columna de la Independencia y otros monumentos importantes de la época, diputado federal, y figura importante de la sociedad cultural.
Ese fue el entorno en el que nació ella en 1900, y creció durante el preludio de la Revolución Mexicana.
A una edad muy joven, María Antonieta tuvo que hacerse cargo de sus hermanos, pues su madre abandonó a la familia para seguir a un amante por Europa. Las fotografías de la joven Rivas Mercado revelan su carácter melancólico, el rostro pálido, largo, la mirada perdida, una chiquilla de la que a uno le gustaría apiadarse; ojos negros. Por el círculo intelectual y cultural en el que creció se rodeo de letras, colores, personalidades poderosas; así que fundó el Teatro Ulises y formó el patronato para la Orquesta Sinfónica de México bajo la dirección de Carlos Chávez. Empezó a hacerse notar intelectualmente en un México convulso, políticamente inestable, y con olor a pólvora y sangre seca.
María Antonieta conoció a Albert Edward Blair, un gringo amigo de la familia Madero, y se casó cuando ella tenía 18 años, él era veinte años mayor. Vivieron juntos una vida campestre en Coahuila, precisamente con la familia Madero, pero la diferencia social y de edad, empezó a hacer sus estragos, y después del nacimiento de los hijos del matrimonio, decidieron separarse. A Albert no le gustaba la cercanía de María Antonieta Rivas Mercado con un pintor de nombre Diego Rivera, y a María Antonieta no le parecían las actividades políticas que hacía Albert.
El divorcio se realizó, pero fue costoso para ambas partes.
Libre de su matrimonio, María Antonieta volcó toda su pasión en apoyar la candidatura electoral de José Vasconcelos, y fue de viaje en Nueva York que ella se enteró que a éste le habían hecho un fraude electoral. El escándalo era notorio. María Antonieta ya había convertido a José Vasconcelos en su amor platónico, y quería estar con él, donde fuera… no importaba dónde. Así que ella viajó a París para encontrarlo y le reveló sus sentimientos en un cuarto de hotel. Al final, le dijo: “Dime si me necesitas”
Él la tomó de los brazos, y la miró a los ojos:
«Ningún alma necesita de otra. Nadie, ni hombre ni mujer necesita más que a Dios; cada uno tiene su destino comprometido con el creador».
María Antonieta se fue unos días a estar con sus hijos, pero su precaria situación económica la hizo volver al hotel de José Vasconcelos para pedirle dinero, para comprar algo de comer, y unos pasajes que la llevaran de regreso. Sin que él se diera cuenta, María Antonieta se guardó en el bolso una pistola que estaba a la vista.
Lejos de México, sin dinero, y con el corazón roto, María Antonieta caminó por las calles de París hasta que llegó a Notre Dame.
Entró.
No había nadie más ahí, solo el Cristo crucificado, y la luz de colores que entraba por los vitrales.
Colocó la boca de la pistola sobre su pecho izquierdo y, jalando el gatillo, se destrozó el corazón.