La historia de Amada Díaz
Una de las dichas de Porfirio Díaz fue cuidar de sus tres hijos: Amada, Porfirio y Luz. Hoy quiero contarles un poco de la primera, la que otros llamaron “La princesa del Porfiriato”.
Su historia comienza en 1867, al final del Segundo Imperio Mexicano, cuando Maximiliano ya había perdido la mayoría del país, y los generales de la República seguían ganando plazas por todos lados. Fue en esos ires y venires por México, que Porfirio Díaz conoció a una soldadera indígena llamada Rafaela Quiñones. Conocer en el sentido natural y bíblico, pues fueron amantes antes de que Porfirio se casará por primera vez.
La sorpresa llegó semanas después cuando Rafaela le pidió que se casara con él, pues estaba embarazada. Por supuesto, en ese momento no podía mantener una relación formal con Rafaela porque justamente ese año Porfirio se casó Delfina Ortega, su primera esposa, y la hija de mi hermana Manuela. Así que él mandó a su hermano Félix (‘El Chato’) a tratar de mediar la situación, pero Rafaela era muy terca.
Pasaron los años y Rafaela enfermó de una dolencia desconocida, hasta que en 1879, siendo Porfirio presidente, Amadita se fue a vivir con él. Contrario a lo que muchos de ustedes puedan creer, Delfina aceptó a Amadita sin ningún problema. Lo mismo su segunda esposa: Carmelita.
Y para todo el país fue muy evidente que Amadita era su hija favorita y la respetaban como tal.
Sucedió que su hija siguió creciendo hasta que llegó a una edad en que estaba lista para merecer, y el novio lógico fue el ahijado de don Porfirio, Fernando González Mantecón, el hijo de su compadre Manuel González. Sí, el mismo al que le dejó la presidencia por cuatro años, y se robó todo lo que pudo. Pues bien, Amadita y Fernando fueron novios un tiempo, pero la relación no funcionó. Fue entonces que Amada conoció a Ignacio de la Torre y Mier, un rico hacendado que había heredado una gran fortuna de su familia. Este ‘Nachito’ era un joven agradable, educado y bien parecido. Les cayó bien a todos por su forma de ser, y el resultado fue inevitable: Amadita y Nacho se enamoraron.
Se casaron el 16 de enero de 1888, y hubo una gran fiesta para celebrarlo. Sin embargo, no fue un matrimonio placentero, ni feliz. Siempre corrieron muchos rumores de que Nachito le era infiel, y de que tenía romances por ahí.
Estos rumores cuentan, también, que a Nacho le gustaba vivir en el licor, que gastaba en excentricidades y que llegó a pegarle a su esposa. Eso, claro está, no son más que habladurías. ¿Se imaginan lo que hubiera hecho don Porfirio de haber sabido que le levantaban la mano a su hija favorita?
Así, pues, Amadita no tuvo una vida fácil siendo esposa de Ignacio de la Torre. Sobretodo cuando llegó el famoso incidente del baile de los 41. Pues bien, haya estado involucrado Nacho o no, su reputación quedó destruida por la acusación de ‘maricón’, la cual nunca pudo quitarse, y que los detractores del gobierno repitieron hasta el cansancio para atacarlo… Otro problema que hizo sufrir a Amadita, fue de lo mismo que aquejó a Carmelita: la falta de hijos. Amadita nunca pudo concebir, y sufrió al ver a su hermana menor, Luz, tener tantos.
Cuando el gobierno de Porfirio llegó a su fin, algunos miembros de la familia le acompañaron en el exilio, y otros permanecieron en México. Amadita y su esposo, por los negocios que Nachito tenía en México, decidieron quedarse. En 1913, después de la Decena Trágica, Amadita fue a visitar a su padre en París, y le contó de cómo su esposo había estado implicado en el asesinato de Madero. Cuando Porfirio se despedió de ella, vio en sus ojos cierta tristeza. Ella sabía que era la última vez que lo vería con vida.
Porfirio murió el 2 de julio de 1915 y Carmelita le mandó un telegrama para informarla de la muerte.
Al asumir Venustiano Carranza la presidencia, mandó a Nachito a Lecumberri donde Zapata, que había sido caballerango de mi yerno alguna vez, lo sacó para protegerlo, pero Nachito se creyó muy inteligente y traicionó la confianza de Zapata.
Para no hacerles el cuento largo, porque Ignacio de la Torre no es el tema de este texto, Amada estuvo buscando a su esposo hasta que se enteró que había huido a Nueva York, donde lo habían internado en un hospital por un problema de hemorroides. Poco pudieron hacer los médicos para salvarlo y murió el 1 de abril de 1918. Amada, para pagar las deudas que había adquirido su esposo, tuvo que vender las propiedades que tenían.
Amada siguió viviendo en la Ciudad de México, donde moriría, finalmente, el 22 de agosto de 1962.