El Manicomio de La Castañeda
Durante muchos años, cada vez que un miembro de la familia comenzaba a mostrar signos de locura: lo mismo de epilepsia que de esquizofrenia, eran encerrados en monasterios y conventos con el fin de protegerlos, y no exponerlos a la sociedad. A veces se creía que estaban posesos, otras sólo que tenían un mal en la cabeza. En ocasiones, era tal la vergüenza que la familia sentía por los locos, que ni siquiera los visitaban en su encierro.
Esa situación cambió durante el siglo XIX. Y es que comenzamos a entender un poco de cómo funciona la mente humana, desarrollamos la psicología y la psiquiatría, ciencias modernas para un mundo moderno. Entonces, el mundo cambió para siempre.

Allá, en Mixcoac, había un señor llamado Don Ignacio Torres Adalid, pero todos le llamaban el Rey del Pulque, por el monopolio que ostentaba en esta bebida. Con decirles que llegó a tener más de 800 pulquerías en toda la Ciudad de México, en la que todos los días embriagaba a todo el que pudiera pagar su dulce sabor. Él era dueño de la Hacienda de la Castañeda, y ahí llevaba a sus amigos de clase alta a pasar un agradable fin de semana, aunque el resto de la población podía acudir a visitar los jardines por sólo veinticinco centavos.
El gobierno de Porfirio Díaz vio, en esas tierras, la oportunidad de crear un sanatorio para los que estaban enfermos de la mente. Poco a poco fue adquiriendo las tierras, y don Ignacio las cedió, pues sabía el tipo de obra que se planeaba hacer. Pronto quedó listo el proyecto diseñado por el ingeniero militar Salvador Echegaray, pero que ejecutaría el propio hijo de Díaz, Firio.
Así, como parte de los festejos del Centenario de la Independencia, el primero de septiembre de 1910, se inauguró el Manicomio de La Castañeda con gran bombo y platillo.
De inmediato comenzó su funcionamiento. Ahí, el doctor Eduardo Liceaga, precursor de la psiquiatría moderna en México, quería concentrar y atender a todos los enfermos mentales de la Ciudad de México y urbes aledañas. Contaba con lugar para mil pacientes, y comenzó con 350 hombres y 429 mujeres. Aunque ahora parecen desactualizadas, en ese momento contaba con las técnicas médicas más avanzadas.
Por desgracia, durante la última etapa de la Revolución Mexicana, y por muchos años más, el Manicomio de La Castañeda se convirtió en un lugar de abusos y malos tratos. La sobrepoblación y el desgaste en las instalaciones, lo mismo que el tratamiento de médicos poco preparados para atender este tipo de enfermedades, hizo que el lugar fuera un mal sueño para el gobierno, quien decidió cerrar las instalaciones en 1968 y trasladar a todos los pacientes al Hospital Psiquiátrico Fray Bernardino.
El edificio fue demolido, en su lugar se levantó un complejo de departamento y un supermercado de cadena gringa. La magnífica fachada fue rescatada por Arturo Quintana Arrioja y, tras la muerte de éste, donada a los Legionarios de Cristo, quienes todavía la tienen hasta hoy, como símbolo de lo que fue, alguna vez, esa casa de locos llamada El Manicomio de la Castañeda.