El hombre que hacía realidad sus pesadillas
¡Mira! Una cabeza cuadrada, verde con los párpados caídos y dos tornillos en el cuello… se trata de la horripilante creación del doctor Frankenstein. ¡Por allá! Un hombre vestido de mago, con una condecoración al cuello, pico de viuda sobre la frente y brillantes colmillos que le brotan de la boca… sin duda se trata de Drácula. ¿O qué me dices del siguiente personaje? Recargado sobre un sarcófago, envuelto en largas tiras de lino egipcio, despierta la criatura que habrá de vengar la muerte de su amada, tantos milenios atrás. ¡Adivinaste! Se trata de La Momia.

Sin duda, estos monstruos del cine de horror clásico (y muchos elementos que hoy asociamos al Día de Brujas) salieron de la imaginación de un solo hombre. Su nombre era Jack Pierce hacía magia con el maquillaje. En una época en la que no había prostéticos, ni pequeños elementos de plástico, Jack Pierce pasaba de cuatro a seis horas, todos los días, creando el maquillaje del monstruo de Frankenstein sobre el pobre de Boris Karloff, en 1931. Un año más tarde el reto fue aún mayor pues tardó 15 horas en crear a la icónica momia del cine. Suerte para Karloff que en aquella ocasión sólo se le tuvo que poner en una ocasión para filmar sus escenas.
Durante los años treinta y cuarenta, Jack Pierce diseñó criaturas icónicas, desde jorobados, hasta hombres lobo, para Universal Studios. Mucho del maquillaje de efectos especiales que se usa hasta hoy es legado de Jack Pierce, sin duda uno de los genios creativos más grandes que ha tenido la cinematografía mundial.
Como sucede en muchas ocasiones, no se le reconoció en vida, pues los actores comenzaron a quejarse de las horas que pasaban en la silla del maquillador y Jack Pierce fue despedido de los estudios en 1946 y pasó el resto de su vida realizando películas de bajo presupuesto para sobrevivir… en 1968 enfermó y murió, tenía 79 años. Nunca tuvo hijos.

Han sido las últimas generaciones quienes han descubierto el legado de Jack Pierce y se han vuelto, de alguna manera, en sus hijos, además de sus creaciones, por supuesto, atemporales y que además están ligadas eternamente a él (y a sus contrapartes literarias).
Es momento de reconocerlo, sin duda.